Otra
vez don Emilio
Nos seguía dando clase de F.E.N., don Emilio. Seguían
los mismos métodos a la hora de hacer los exámenes.
Seguía envejeciendo a pasos agigantados, y nosotros para
no perder la costumbre le seguíamos haciendo putadas casi
todos los días.
Un día, cuando se dirigía a nuestra clase, que se
encontraba al final del pasillo, al lado del cuarto de nuestro
padre espiritual, el padre Novoa, se asomó un compañero,
apellidado Zamora, a la puerta, para ver si venía don Emilio.
Claro que venía, ya estaba muy cerca de la puerta; había
gran alboroto en clase, y Zamora dio la voz de alarma:
-¡Que viene “el Pata”!
Que viene, no. Que ya estaba en la puerta. Nada más entrar
en clase echó una ojeada por el entorno y se dirigió
hacia Zorita. Estaba sentado en su pupitre tan tranquilo. Le cogió
del cuello, le tiró para atrás hasta que su cabeza
apoyó en el asiento contiguo –los pupitres eran de
dos plazas- y le gritó con gran furia:
-¿Qué has dicho muchacho?
-Yo no he dicho nada, don Emilio-. Dijo llorando amargamente.
-¿Cómo que no has dicho nada?-. Insistió
don Emilio apretando cada vez mas sus manos en el cuello de Zorita.
-Que yo no he dicho nada, don Emilio, que yo no he dicho nada,
que yo no he dicho nada.
Don Emilio no le soltaba el cuello, apretaba cada vez más.
A Zorita ya se le estaba congestionando la cara. Don Emilio insistió:
-Pero, ¿cómo que no?, si te he visto yo asomado
a la puerta-. Y seguía apretando.
Y Zorita:
-Que yo no he sido don Emilio, ¡ay, ay, ay!, que yo no he
sido. ¡Aaaggg!
Como no le sacaba nada, determinó soltarle. Zorita seguía
llorando amargamente, muy asustado; estaba himplado y no había
manera de que calmara su llanto.
-Bueno, muchacho, no te preocupes; si tú no has sido no
tienes por qué ponerte así. Cálmate ya muchacho-.
Y empezó a echar maldiciones poniéndonos a parir
a todos.
Había que comprender que muchas veces, nuestras niñerías
o bromas, no eran otra cosa que salvajadas; y siempre pagaba el
pato el mismo, don Emilio. Le hacíamos muchas faenas escudándonos
en la masa; era de la única manera porque a la cara nadie
se atrevía, todos le temíamos.
Esa fue la anécdota más digna de contar en el curso
de 1º de Oficialía en clase de Formación del
Espíritu Nacional. Por cierto, ahora que lo pienso detenidamente
y viendo lo que hacíamos, ¿cuál era nuestra
formación del espíritu nacional o cuál era
la formación del espíritu nacional que pretendían
que tuviéramos????
Carlos
Valentín Gil
22- Septiembre -2010
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