Teníamos
otro profesor, que debía ser, según contaban, mutilado
de guerra. Se llamaba Emilio Abasolo, alias el Pata.
Su apodo venía de que tenía una pierna de caucho.
Nos daba clase de Dibujo, Física y Formación del
Espíritu Nacional.
Las notas de Dibujo las hallaba de acuerdo con la calificación
de las diferentes láminas que hacíamos, que entonces
eran de rotulación con tinta china.
Recuerdo que en una ocasión, me sobraba tiempo e hice dos
láminas, Ulloa, uno de los compañeros no había
hecho ninguna, o la tenía muy mal y le di una de ellas
para que la presentara, por supuesto, la que estaba o la que yo
consideraba que estaba peor. Le tocaba a él ir antes que
a mí a presentar la lámina al profesor. Allí
se presentó en la mesa del profesor, y del profesor no
salieron más que halagos hacia la lámina:
-Esta e está muy bien, muy bien muchacho; esta
u también está fenomenal, muy bien.
Vale muchacho-. Nota: 7.
Allá iba yo todo orgulloso con mi lámina, la mejor
de las dos, pensando que el profesor se iba a deshacer en alabanzas
hacia mí y mi lámina. No hago más que enseñarle
la lámina y empieza el show:
-Muchacho, no haces una cosa bien. Esta lámina está
muy mal. Mira esta u qué mal está. Y
esta e está fatal, muy mal, muy mal muchacho.
Todo esto me estaba diciendo mientras llenaba de correcciones
y borratajos mi preciada lámina. Nota: 5; y gracias, porque
después de lo que me había dicho creí que
me colocaba un rosco.
En Física había aún más cachondeo
en clase. De vez en cuando nos enseñaba algún experimento
de los de andar por casa. Recuerdo ahora, un día que nos
explicó como se producía calor por frotamiento.
Nos mandó que juntáramos las palmas de las manos
y las frotáramos.
Todos con las manos en la posición que nos había
indicado, atentos a la voz de mando:
-Frotad ahora. ¿A que os entran en calor, verdad, muchachos?.
-Sí, don Emilio, hay que calorcito-. Contestábamos
todos a una.
Eso era más viejo que la pana, por lo que provocaba otro
cachondeo general mientras experimentábamos. Luego, los
más gamberros aprovechaban la ocasión para armar
un poco más de revuelo o preparar alguna gamberrada acorde
con el tema a tratar. Nos reíamos más que nada porque
este buen señor actuaba algunas veces como si tuviera delante
a unos niños de párvulos.
Cualquier comentario que se pueda contar de las dos asignaturas
anteriores no es nada para los acontecimientos que sucedían
en la otra asignatura que nos daba don Emilio, la Formación
del Espíritu Nacional. F.E.N., que así la llamábamos
para abreviar, era la asignatura preferida de don Emilio. Se cuadraba
explicándola. Era un falangista de pies a cabeza y sentía
verdadero amor por esta materia.
Recuerdo que le teníamos cogido el truco en los exámenes.
Casi ninguna nota bajaba del ocho. Mi truco era apañármelas
de alguna manera para que la palabra solidaridad saliera
a relucir unas cuantas veces en mi examen. Cada vez que la escribía
la subrayaba con doble línea, con rotulador y a dos colores.
Esto por lo visto le emocionaba y suponíamos que debía
pensar: Qué buen chico. Este chico llegará
lejos.
Si pensaba así de todos los que hacíamos esto, apañado
estaba, porque la mayoría nos hemos quedado en la estacada.
No hemos llegado lejos.
Otros, pensando que su apellido era vasco y que le tiraba su tierra,
al final del examen le ponían: Viva el Atlético
de Bilbao o Viva Iríbar o Atlético
de Bilbao, 3 Real Madrid, 0.
Un día, supongo que cansado de ver estos detalles ya nos
avisó de que no entendía por qué poníamos
esas cosas, porque eso no hacía que subiese la nota, entre
otras cosas, simplemente porque él no era vasco, sino de
Burgos. Nos dejó planchados. Ya no volvimos a poner más
chorradas de ese tipo.
Yo muchas veces ponía también ¡Viva
Franco. Arriba España!. Era otra manera de llegarle
al alma, al corazón, a ese corazón que aunque entonces
creíamos que tenía muchas veces veneno en vez de
sangre, estaba lleno de amor a su Patria y a unos ideales que
defendió hasta su muerte, estuviera equivocado o no.
Recuerdo cuando murió. Vi su esquela en el periódico.
Fue pocos días después de acabar mis estudios en
Cristo Rey. Me dio mucha pena. Me acordé de las muchas
putadas que le habíamos hecho y lo poco que
le habíamos respetado. Qué crueles somos algunas
veces.
En cuanto le veíamos andar por el pasillo con su cojera
peculiar, lo único que se nos ocurría decir era:
que viene el Pata. Entrábamos todos en clase,
cada uno en su sitio, y a esperar que abriera la puerta para sin
voz de mando y todos a la vez nos pusiéramos en pie más
rápidos que las balas.
Un día me echó una gran bronca por botar un balón
mientras estaba dando la clase.
Ese día me cogió un poco de ojeriza. No tardó
en demostrarlo.
A los pocos días, después de un recreo, teníamos
clase con él. Entró en la clase unos minutos antes
de que sonara el timbre de aviso de comienzo de clase. Nosotros
íbamos entrando cuando ya veíamos que se iba a acabar
el recreo. En el encerado había unos dibujos de muñecos.
Nada más verme, sin más, me dijo:
-Oye Valentín, ¿tú eres externo o interno?-.
Los externos tenían fama de más camorristas.
-Interno-. Le dije.
-¿Y quién te ha mandado dibujar estos monigotes
en el encerado?.
-Yo no he sido don Emilio. (Nadie le podía haber dicho
que había sido yo, porque yo no había sido). Se
lo había sacado de la manga. Cuando la cogía con
uno, el uno se podía dar por jodido.
-¿Cómo que no has sido tú?
-Que no, don Emilio, que yo no he sido.
-Entonces ¿quién ha sido?-., me preguntó
muy excitado y cabreado.
-Yo he visto a Rueda escribir ahí. No sé si habrá
sido él o lo habrá borrado y habrá sido otro.
Nada más ver a Rueda entrar en clase le dijo:
-Rueda, ¿quién te manda dibujar estos monigotes
en el encerado?.
-Yo he estado escribiendo en el encerado, pero lo que escribí
lo borré. Eso no lo he pintado yo, don Emilio.
-Entonces ¿quién ha sido?-. Dijo ya fuera de sus
casillas.
-He sido yo, don Emilio-, le dijo mientras se incorporaba, Antolín
San Cristóbal.
-Bueno, muchacho, no te preocupes, anda, bórralo y siéntate,
que no ha pasado nada.
Explicación: Antolín San Cristóbal era el
número dos de la clase. Sacaba muy buenas notas, era muy
buena persona, y por lo tanto era uno de los enchufados de los
profesores. Cuidado, que no he dicho que era un enchufado y por
eso sacaba muy buenas notas, sino todo lo contrario. Para mí
fue un gran amigo. Además era muy inteligente, un gran
estudiante y muy trabajador.
Así acabó esta anécdota. ¡Qué
ratos!.
No sé si servirá de algo, pero me gustaría
que estos detalles que he contado de usted, don Emilio, le sirvan
de un cálido homenaje póstumo de uno de sus alumnos
que se arrepiente ahora de todo el mal que le pudo hacer. Comprenda
que todavía éramos unos chiquillos.
No se me olvidará aquel día en que, haciendo el
último examen de Formación del Espíritu Nacional
del último curso que tuvimos esta asignatura; no recuerdo
qué curso fue; estábamos el curso entero en el salón
de estudios, separados unos de otros por una mesa, para que no
pudiéramos soplarnos ni pasar chuletas, ni
nada de eso que hacen los malos estudiantes. Don Emilio nos cuidaba.
Estaba ya bastante malo. Había estado en cama algún
tiempo. Parecía, por su forma de toser, como si tuviera
bronquitis o alguna enfermedad similar. En mi vida de estudiante
lo he pasado tan mal en un examen. En la mesa vacía que
estaba delante de mí se apoyó para descansar un
poco. Empezó a toser, echaba los esputos llenos de sangre
en su ya ensangrentado pañuelo. Lo pasé fatal. Me
daba mucho asco, pero ahora que lo pienso, mucho peor lo tuvo
que pasar él.
Tenía ya los días contados. Se veía que su
vida se extinguía a pasos agigantados.
Me doy de tortas al pensar lo poco que le hemos ayudado a este
buen señor. Las zancadillas que le hemos echado. Las putadas
que le hemos hecho. El poco respeto que le hemos tenido. Qué
malos somos los hombres algunas veces.
Carlos
Valentín Gil
-Octubre 2008-
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