INSTITUTO POLITÉCNICO

CRISTO REY DE VALLADOLID



 

 

AQUELLOS INOLVIDABLES AÑOS - CAPÍTULO III

DON EMILIO

Teníamos otro profesor, que debía ser, según contaban, mutilado de guerra. Se llamaba Emilio Abasolo, alias “el Pata”. Su apodo venía de que tenía una pierna de caucho. Nos daba clase de Dibujo, Física y Formación del Espíritu Nacional.

Las notas de Dibujo las hallaba de acuerdo con la calificación de las diferentes láminas que hacíamos, que entonces eran de rotulación con tinta china.

Recuerdo que en una ocasión, me sobraba tiempo e hice dos láminas, Ulloa, uno de los compañeros no había hecho ninguna, o la tenía muy mal y le di una de ellas para que la presentara, por supuesto, la que estaba o la que yo consideraba que estaba peor. Le tocaba a él ir antes que a mí a presentar la lámina al profesor. Allí se presentó en la mesa del profesor, y del profesor no salieron más que halagos hacia la lámina:

-Esta “e” está muy bien, muy bien muchacho; esta “u” también está fenomenal, muy bien. Vale muchacho-. Nota: 7.

Allá iba yo todo orgulloso con mi lámina, la mejor de las dos, pensando que el profesor se iba a deshacer en alabanzas hacia mí y mi lámina. No hago más que enseñarle la lámina y empieza el “show”:

-Muchacho, no haces una cosa bien. Esta lámina está muy mal. Mira esta “u” qué mal está. Y esta “e” está fatal, muy mal, muy mal muchacho. Todo esto me estaba diciendo mientras llenaba de correcciones y borratajos mi preciada lámina. Nota: 5; y gracias, porque después de lo que me había dicho creí que me colocaba un rosco.

En Física había aún más cachondeo en clase. De vez en cuando nos enseñaba algún experimento de los de andar por casa. Recuerdo ahora, un día que nos explicó como se producía calor por frotamiento. Nos mandó que juntáramos las palmas de las manos y las frotáramos.

Todos con las manos en la posición que nos había indicado, atentos a la voz de mando:

-Frotad ahora. ¿A que os entran en calor, verdad, muchachos?.

-Sí, don Emilio, hay que calorcito-. Contestábamos todos a una.

Eso era más viejo que la pana, por lo que provocaba otro cachondeo general mientras experimentábamos. Luego, los más gamberros aprovechaban la ocasión para armar un poco más de revuelo o preparar alguna gamberrada acorde con el tema a tratar. Nos reíamos más que nada porque este buen señor actuaba algunas veces como si tuviera delante a unos niños de párvulos.

Cualquier comentario que se pueda contar de las dos asignaturas anteriores no es nada para los acontecimientos que sucedían en la otra asignatura que nos daba don Emilio, la Formación del Espíritu Nacional. F.E.N., que así la llamábamos para abreviar, era la asignatura preferida de don Emilio. Se cuadraba explicándola. Era un falangista de pies a cabeza y sentía verdadero amor por esta materia.

Recuerdo que le teníamos cogido el truco en los exámenes. Casi ninguna nota bajaba del ocho. Mi truco era apañármelas de alguna manera para que la palabra “solidaridad” saliera a relucir unas cuantas veces en mi examen. Cada vez que la escribía la subrayaba con doble línea, con rotulador y a dos colores. Esto por lo visto le emocionaba y suponíamos que debía pensar: “Qué buen chico. Este chico llegará lejos”.

Si pensaba así de todos los que hacíamos esto, apañado estaba, porque la mayoría nos hemos quedado en la estacada. No hemos llegado lejos.

Otros, pensando que su apellido era vasco y que le tiraba su tierra, al final del examen le ponían: “Viva el Atlético de Bilbao” o “Viva Iríbar” o “Atlético de Bilbao, 3 – Real Madrid, 0”.

Un día, supongo que cansado de ver estos detalles ya nos avisó de que no entendía por qué poníamos esas cosas, porque eso no hacía que subiese la nota, entre otras cosas, simplemente porque él no era vasco, sino de Burgos. Nos dejó planchados. Ya no volvimos a poner más chorradas de ese tipo.

Yo muchas veces ponía también ¡“Viva Franco. Arriba España”!. Era otra manera de llegarle al alma, al corazón, a ese corazón que aunque entonces creíamos que tenía muchas veces veneno en vez de sangre, estaba lleno de amor a su Patria y a unos ideales que defendió hasta su muerte, estuviera equivocado o no.

Recuerdo cuando murió. Vi su esquela en el periódico. Fue pocos días después de acabar mis estudios en Cristo Rey. Me dio mucha pena. Me acordé de las muchas “putadas” que le habíamos hecho y lo poco que le habíamos respetado. Qué crueles somos algunas veces.

En cuanto le veíamos andar por el pasillo con su cojera peculiar, lo único que se nos ocurría decir era: “que viene el Pata”. Entrábamos todos en clase, cada uno en su sitio, y a esperar que abriera la puerta para sin voz de mando y todos a la vez nos pusiéramos en pie más rápidos que las balas.

Un día me echó una gran bronca por botar un balón mientras estaba dando la clase.

Ese día me cogió un poco de ojeriza. No tardó en demostrarlo.

A los pocos días, después de un recreo, teníamos clase con él. Entró en la clase unos minutos antes de que sonara el timbre de aviso de comienzo de clase. Nosotros íbamos entrando cuando ya veíamos que se iba a acabar el recreo. En el encerado había unos dibujos de muñecos. Nada más verme, sin más, me dijo:

-Oye Valentín, ¿tú eres externo o interno?-. Los externos tenían fama de más camorristas.

-Interno-. Le dije.

-¿Y quién te ha mandado dibujar estos monigotes en el encerado?.

-Yo no he sido don Emilio. (Nadie le podía haber dicho que había sido yo, porque yo no había sido). Se lo había sacado de la manga. Cuando la cogía con uno, el “uno” se podía dar por jodido.

-¿Cómo que no has sido tú?

-Que no, don Emilio, que yo no he sido.

-Entonces ¿quién ha sido?-., me preguntó muy excitado y cabreado.

-Yo he visto a Rueda escribir ahí. No sé si habrá sido él o lo habrá borrado y habrá sido otro.

Nada más ver a Rueda entrar en clase le dijo:

-Rueda, ¿quién te manda dibujar estos monigotes en el encerado?.

-Yo he estado escribiendo en el encerado, pero lo que escribí lo borré. Eso no lo he pintado yo, don Emilio.

-Entonces ¿quién ha sido?-. Dijo ya fuera de sus casillas.

-He sido yo, don Emilio-, le dijo mientras se incorporaba, Antolín San Cristóbal.

-Bueno, muchacho, no te preocupes, anda, bórralo y siéntate, que no ha pasado nada.

Explicación: Antolín San Cristóbal era el número dos de la clase. Sacaba muy buenas notas, era muy buena persona, y por lo tanto era uno de los enchufados de los profesores. Cuidado, que no he dicho que era un enchufado y por eso sacaba muy buenas notas, sino todo lo contrario. Para mí fue un gran amigo. Además era muy inteligente, un gran estudiante y muy trabajador.

Así acabó esta anécdota. ¡Qué ratos!.

No sé si servirá de algo, pero me gustaría que estos detalles que he contado de usted, don Emilio, le sirvan de un cálido homenaje póstumo de uno de sus alumnos que se arrepiente ahora de todo el mal que le pudo hacer. Comprenda que todavía éramos unos chiquillos.

No se me olvidará aquel día en que, haciendo el último examen de Formación del Espíritu Nacional del último curso que tuvimos esta asignatura; no recuerdo qué curso fue; estábamos el curso entero en el salón de estudios, separados unos de otros por una mesa, para que no pudiéramos “soplarnos” ni pasar chuletas, ni nada de eso que hacen los malos estudiantes. Don Emilio nos cuidaba. Estaba ya bastante malo. Había estado en cama algún tiempo. Parecía, por su forma de toser, como si tuviera bronquitis o alguna enfermedad similar. En mi vida de estudiante lo he pasado tan mal en un examen. En la mesa vacía que estaba delante de mí se apoyó para descansar un poco. Empezó a toser, echaba los esputos llenos de sangre en su ya ensangrentado pañuelo. Lo pasé fatal. Me daba mucho asco, pero ahora que lo pienso, mucho peor lo tuvo que pasar él.

Tenía ya los días contados. Se veía que su vida se extinguía a pasos agigantados.

Me doy de tortas al pensar lo poco que le hemos ayudado a este buen señor. Las zancadillas que le hemos echado. Las putadas que le hemos hecho. El poco respeto que le hemos tenido. Qué malos somos los hombres algunas veces.

Carlos Valentín Gil

-Octubre 2008-

 

 

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