Son muchos los recuerdos que quedan en la mente de aquellos años de la
posguerra y de mi paso por Valladolid, en las entonces llamadas Escuelas
de Cristo Rey.
A pesar de la escasa alimentación, el gran calor del verano y el terrible frío
de Valladolid en invierno, bastantes hemos llegado a avanzada edad y podemos
contarlo. El frío en invierno, sin casi ropa de abrigo.
A pesar de lo comentado anteriormente, en mis casi cinco años de estancia en
Cristo Rey, solamente ocurrió el fallecimiento de un compañero, a causa de algo
que comió en mal estado.
Hay que tener en cuenta que éramos sobre cuatrocientos alumnos.
Un caso, casi diario, era que las sobras de las comidas, si es que las había, se
echaban en la comida del cerdo y algunos bajaban a la granja a comerse lo que pudieran, cosa que yo no realicé nunca.
Me producía asco, pero para otros, el hambre era más fuerte que el asco.
Algunas veces, por la noche después de acostados, algunos chicos bajaban
hasta donde estaban los viñedos, y cogían algunos racimos de uvas. Yo lo hice
una sola vez, pues era bastante cobardica.
Sucedió que un día apareció un racimo sin uvas, debajo de la cama de uno de
mis amigos. Aunque él aseguró y juró que no era suyo, no pudo librarse del
castigo correspondiente: unos cuantos palos y sin comer ese día.
A nosotros nos aseguró que el no había sido y que alguien con mala leche,
se lo había colocado debajo de la cama.
Otro caso bastante frecuente era el de los que se meaban en la cama, algunos
con más de doce años, bien por incontinencia o por no levantarse en invierno
hasta los servicios, pues hacía mucho frío y de calefacción nada.
Cuando al revisar las camas o cambiar las sabanas, pillaban a alguno de los "meones", les hacían bañarse en calzoncillos, tanto en verano como en invierno, en la alberca grande, detrás de los dormitorios.
Aun no estaba funcionando la piscina y yo conocí alguno que tenia ya 14 años.
Cuando llegaba el verano y terminaba el curso, tocaba limpiar y asear las clases. Algunos de los más mayores, se encargaban de la pintura y los que
pertenecíamos a cada clase, sacábamos los pupitres al exterior para limpiarlos.
Después de lavarlos con agua y jabón, las múltiples manchas de tinta, teniamos
que quitarlas raspando la madera con trozos de cristal.
Imaginaros cómo quedarían los pobres pupitres.
Estas son algunos de los recuerdos que me vienen a la memoria de vez en cuando y los cuento por si a alguno le gusta leerlos y le interesa conocerlos, a
pesar de ser cosas de poca importancia, pero son una página más de las
Escuelas de Cristo Rey.
Fernando
Martínez González
Septiembre de 2019
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