INSTITUTO POLITÉCNICO

CRISTO REY DE VALLADOLID



 


RECUERDOS DE FERNANDO MARTINEZ GONZÁLEZ- III

 

El pecado del Padre Cid y cosas que no se han escrito sobre Cristo Rey

Sobre la obra del Padre Cid, hay que reconocer y yo así lo reconozco, que lanzarse en aquella época de carestía a alimentar, -aunque no fuese mucho-, vestir, educar y controlar a mas de 400 chicos, con un porcentaje muy grande venidos de reformatorios de casi toda España en especial de Madrid, era una tarea en la que había que tener una moral de gigante, la del Padre Cid y los que colaboraron con él.

Gracias a esa moral, muchos recibimos una educación y un barniz cultural que nos ha venido muy bien en la vida.

Pasamos a algunos hechos:

En algún escrito se ha mencionado que el Padre Cid o sus colaboradores, leían las cartas que se mandaban a la familia o se recibían de ellas.

Eso es cierto, pero solo rechazaban aquellas en las que se hablaba mal de las Escuelas y los interesados eran reprendidos y en algunos casos castigados.

Sobre esto yo puedo contar que en los veraneos en Santander, trabé amistad con unas chicas que vivían en la zona, Mari Carmen Pérez, -enfrente del colegio-, en la calle Soldado Alejandro García y la otra "Menchu" Mendicuchea en la calle Tetuán.

En una ocasión Mari Carmen me mandó una carta a las Escuelas con una foto suya.

Al llamarme en el comedor, como era costumbre repartir el correo y ver la carta y su contenido, me temblaron las piernas, pero no pasó nada de lo que yo temía, no fui ni castigado ni reprendido por el Padre Cid que me dió la carta y tras comentarle yo que era una simple amistad y también con sus padres, me comentó que esa era una buena cosa, fomentar la amistad con los vecinos, siempre con educación y honestidad. La foto todavía la tengo a pesar de los años, aunque de momento no puedo localizarla. Con ésto queda claro que nos daban las cartas, salvo las que eran contrarias a las reglas de las Escuelas.

Pasemos a lo que no se cuenta y es totalmente cierto, en los libros "Arquitecto de sueños" de Esteban Carro y en "75 años de servicio Escuelas de Cristo Rey" de Carlos Díez Menéndez....

El Padre Cid tenía grandes virtudes, sobre todo creadoras y en general no era mala persona, pero tenía un grave defecto.... que tiraba todo lo bueno por la borda, y era a veces su irascible mal genio, llamado ira.

Toleraba hasta cierto punto las faltas de conducta, las relacionadas con el sexo, el aseo y el poco interés en los estudios, pero lo que no perdonaba era el hurto.

Cuando la policía traía a algún alumno que había sido pillado robando en algún mercado, casi siempre el del Val o el de Portugalete, eso le sacaba de quicio.

El castigo venia por la noche y cuando estábamos acostados, hacía levantarse al culpable y le llevaba a una habitación donde le hacía arrodillarse y cogiéndole la cabeza entre sus piernas, le sacudía unos cuantos latigazos con un vergajo que tenía y que entre nosotros decíamos era de "picha de toro" y creo que así se llama.

Yo no lo probé nunca, pero lo escuche contar a alguno que lo sufrió y vi los efectos en algún alumno, la espalda y las nalgas llenas de verdugones.

Lo que a mi me afectó siempre en sus enfados, bastantes corrientes y en el comedor nos llamaba "engendros del diablo" y nos decía que "no podéis ser buenos porque sois hijos de rojos". Eso siempre me dolió mucho.

Otra cosa que ya lo cité en otro de los recuerdos mandados, era "las tortas zamoranas". Cuando íbamos a recibir como castigo alguna bofetada, el Padre Cid nos colocaba delante de él y con sus manos en la espalda y según nos estaba regañando, nos amagaba con la derecha y al taparnos nuestro lado izquierdo con el brazo, nos sacudía con la izquierda.

Si alguno lo sabía y se cubría con los dos brazos, entonces recibías una patada en la espinilla y al bajar las manos a la zona dolorida dejabas al descubierto los dos carrillos y llegaba la "torta zamorana".

Cuento ésto y no lo defiendo, pienso que era una época donde se usaba la correa y se decía "la letra, con sangre entra".

Yo ahora lo recuerdo como algo pasado en tiempos lejanos y prefiero acordarme de los momentos más agradables.

Sinceramente admiro la obra del Padre Antonio Fernández Cid en Valladolid y más tarde en Cóbreces, Sobrado de los Monjes y otros lugares de Castilla, y agradezco las enseñanzas que recibí y me han sido muy útiles en la vida.


Fernando Martínez González

Junio de 2017

 

Veraneos en Santander

Al llegar estas fechas de verano, mis recuerdos se trasladan a Santander y fue la primera vez que vi el mar.

Todos los años, desde 1947, nos trasladaban a Santander, a una finca comprada con donaciones en la Avenida Menéndez y Pelayo de esta ciudad.

(La principal donación era de un señor de Santander, con la idea de que se hiciera en esta ciudad otro Cristo Rey, al estilo del de Valladolid).

El terreno era una pronunciada cuesta y bajaba hasta la calle Tetuán. En la parte alta se construyó un edificio de unos 40 metros de fachada, de tres pisos que al estar en una cuesta eran cuatro o cinco.

El resto del terreno sin cuidar y en la parte baja, en la calle Tetuán, una pequeña nave, que era el lavadero.

Pasábamos los meses de julio y agosto y nuestras actividades eran las siguientes: por la mañana, después de misa y desayuno a la playa, que generalmente era La Magdalena que nos pillaba más cerca, vuelta al colegio, comida, siesta y por la tarde salíamos de paseo o jugando en el terreno del colegio.

Otro compañero y yo, hicimos amistad con una familia enfrente del colegio, en la Cuesta del Soldado Alejandro García y allí pasábamos muchas tardes, con unas amigas y sus padres, que eran los porteros de la casa.

Algunas veces, pocas, según los medios económicos íbamos al cine por nuestra cuenta. Para lograr tener algún dinero, nos dedicábamos algunos a hacer collares con las caracolas que cogíamos en la playa de La Magdalena. Los cordeles, cuentas de colores, agujas y cierres, (algunas veces no había para cierres y atábamos los cordeles), los comprábamos en una mercería al principio de la calle Tetuán. Luego los vendíamos por la zona de La Magdalena, Puerto Chico y el Sardinero. (En alguna ocasión en la explanada de la estación, si habían montado el circo).


La playa de La Magdalena, estaba situada en una especie de cala y había que bajar por unas escaleras.

Cuando subía la marea, desaparecía la playa y nos tocaba ir a pasear o ir a la de El Sardinero que estaba más lejos.

Cuando la marea era baja, nos bañábamos, jugábamos y después en unas rocas que había al final de la escalera, buscábamos caracolas, lapas y algunas veces, con unos ganchos, sacábamos algún pulpo pequeño, que nos lo compraban la gente que iba a cogerlos.

Uno de los años, creo que fue en 1948, nos llevaron por grupos y durante quince días, a un campamento de Falange en la playa de Somo, adonde nos trasladaron en barco desde el antiguo Puerto Chico.

Lo pasamos de maravilla, sobre todo con las comidas, que eran estupendas, los juegos y por la noche, el fuego de campamento, antes de ir a dormir, con canciones, chistes y otras actuaciones alrededor de una hoguera.

A Santander nos llevaban en camiones, salvo una vez que fuimos en tren y de este viaje recuerdo una canción que cantábamos:

Adiós Pucela entera, adiós ciudad querida,
tus calles y tus plazas y todas tus avenidas.
Adiós Pucela hermosa, que te vaya bien,
Dios quiera que otro año no tengamos que volver.
Allá en el tren juntitos iremos,
y nuestras penas atrás dejaremos.
Más adelante debemos de gritar y vocear,
que somos madrileños que de Pucela se van...
y no volverán jamás.

(Eso era lo que cantábamos, pero en realidad yo he vuelto cuatro veces de visita a Valladolid desde 1950 que salí de las Escuelas).


El último año, 1950, ya no fui, ya estaba de superior el Padre Mariano, que al año siguiente vendió la finca, para pagar alguna deuda y ampliar las instalaciones de Cristo Rey.

Muchas son las correrías e historias que se podían contar de esos años, pero con lo expuesto vale.

Un saludo,

 


Mas cosas sobre Santander ....

En primer lugar, contar que a Santander no solían ir todos los alumnos.

Algunos se marchaban con sus familias, otros se quedaban castigados, bien por problemas de estudios o por mal comportamiento y en algunos casos por estar trabajando, estudiando o atendiendo los mayores el colegio.

Con lo mencionado, quedaba bastante reducido el grupo de los que iban a Santander.

Recuerdo que el verano de 1948, nos llevaron de excursión al Monasterio de Santa María de Viaceli, en Cóbreces, disfrutando como críos que éramos viendo las vacas, como las ordeñaban y como hacían los quesos. (En la actualidad, los monjes siguen haciendo el que de La Trapa, pero ya no tienen vacas y la leche se la proporcionan otros ganaderos de la zona).

Dormíamos en una nave con colchonetas en el suelo y correteábamos y jugábamos por una zona de manzanos, que creo recordar eran para hacer sidra, algo ácidos pero a nosotros nos sabían a gloria.

Puede que en esta excursión, ya estuviese madurando el Padre Cid la idea de cambiar de orden, de jesuita a trapense.

El año 1950 yo ya no fui a Santander por mi trabajo en la ebanistería de Miguel Trapote, en la calle Arribas. El traslado a Santander era en julio y yo trabajaba ese mes.

En agosto, un día nos levantaron de madrugada y después de lavarnos, nos llevaron a una zona sembrada de garbanzos ya secos, situada paralela a la carretera de León (hoy Avenida de Gijón),en donde en la actualidad esta la zona de entrada al Instituto y hasta donde creo que están las naves de talleres de mecánica.

Nos pusieron un chico en cada hilera o surco, arrancando las matas y depositándolas en unos serones que otro chico llevaba al lado.

No se si conoceréis la planta del garbanzo, pero esta llena de pequeños pinchos que nos dejaron las manos hechas una pena, hinchadas y doloridas.

 

Algunos, cuando encontraban una mata que no estaba seca del todo, se comian los garbanzos verdes, lo que les produjo unos fuertes cólicos y otros cayeron enfermos con insolación.

Yo tuve la suerte de no gustarme el sabor de los garbanzos verdes y también de librarme de la insolación.

Os mando un plano de Santander para que conozcáis la situación del Colegio Cristo Rey Santander. En la actualidad, en el Paseo Menéndez Pelayo hay una gran edificación con jardín y piscina y en la parte de abajo, en la zona de la calle Tetuán, un parking al aire libre y en la derecha un Centro de Atención Médica.

También os mando , una foto del Monasterio de Cóbreces, que fue restaurado por el Padre Antonio Fernández Cid. Ya como trapense se llamaba José Fernández Cid o Fray José, al poco de ingresar en la Orden.


 

 


Monasterio de Cóbreces, (Cantabria)

 

Fernando Martínez González

Julio de 2017


Explosión del polvorín del Pinar


Corría el mes de junio y el día 14, Valladolid se despertó con una tragedia. A primeras horas de este día, explotaba un polvorín militar, situado en la zona del Pinar de Antequera.

La explosión se pudo oír por toda la ciudad y resultaron muertas cinco personas y más de 70 heridos.

El caso más comentado, fue el de una mujer (Hilaria Calvo), que salía de su casa con una niña en brazos y que fue alcanzada por una piedra de unos 16 kilos. La mujer falleció y la niña salió despedida y resulto ilesa.

Como yo trabajaba en la calle Arribas, en el camino al taller que solía hacerlo algunas veces por la plaza de San Pablo, vi bastantes casas con los cristales de ventanas y balcones rotos.

La columna de humo se veía desde las Escuelas de Cristo Rey, y ya en el taller, nos enteramos de lo ocurrido por la radio.
(Ya ocurrió otra explosión similar, con más fallecidos, diez años antes, en 1940).


Otro hecho que me viene a la memoria, es que el día 3 de marzo, nos vistieron con el uniforme de Falange y nos llevaron hasta las instalaciones de la Granja Escuela José Antonio, que fue inaugurada por Franco.

Lógicamente todos con la consabida banderita y los clásicos gritos de "Franco, Franco, Franco".
Como os podeis suponer, el recorrido lo hicimos en el coche de San Fernando, unos ratos a pie y otros andando-

También fueron inauguradas las empresa NICAS (Nitratos de Castilla) y ENDASA (Empresa Nacional del Aluminio S.A.).


Comentar por último, que algunas veces, no muchas, en las Escuelas nos llevaban a pasar unas horas en el ya citado Pinar de Antequera.


Esperando que os guste, un saludo,


Fernando Martínez González

Octubre de 2017

 

 

Entrada actual del polvorín nº 5 situado dentro de las actuales
instalaciones
de los Talleres del Pinar

Plano de la situación de los polvorines del Pinar
(pincha sobre la imagen para verla más grande)



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